Realicé la entrevista a la responsable del SAMER hace un par de meses, pero en estos días, sus protagonistas se han metido de nuevo en nuestras vidas.
El puente que cruza la A6 es gris y frío al amanecer. Se tarda dos minutos en cruzar desde que subes la rampa hasta que sales por el otro extremo. Pero aquel muchacho cruzó feliz el puente aquella mañana, sin dar importancia al abismo que significaban aquellos minutos de paseo solitario. Su vida estaba a punto de cambiar.
Trabajaba a doscientos metros de distancia de aquella estructura de hierro, atravesando una gasolinera salpicada de intermitentes, café caliente y noticias sonando en la radio.
Se trataba de un lunes cualquiera, salvo que al llegar al trabajo, justo antes de empezar la jornada, se le paró el corazón.
Ser joven, casi un niño y que se pare tu corazón sobrepasa el peor de los escenarios inimaginables.
Al otro lado del puente, sus padres aún no lo saben. Pero él, se ha desplomado al llegar a su puesto de trabajo.
La persona que le ve caer es un compañero, no piensa…solo actúa.
Nadie está preparado para algo así. Aquel chico no respira, así que inicia una frenética reanimación cardiopulmonar. Le han enseñado la técnica hace un par de semanas. Con un grito pide ayuda, para que llamen al SAMER.
Se producen varias paradas, pero hay dos personas luchando sin tregua, uno por su vida, otro por la vida del otro. Hay una fuerza descomunal que hace equipo, una energía inexplicable, que no entiende de porcentajes de supervivencia.
Sin saberlo están enfrentándose a un durísimo 10% para llegar al milagro.
En cuatro minutos llega el SAMER, que despliega todo su protocolo de reanimación. Lo suben al vehículo donde sufre dos nuevas paradas. Pero está en buenas manos.
La A-6 parece una moqueta de chapa y cristales luminosos, una cinta transportadora que avanza muy despacio. Los conductores ceden como autómatas el paso de una ambulancia, que atraviesa veloz bajo el puente peatonal. Se abre un corredor, que aprovechan algunos coches para avanzar más rápido.
Pero la cadena de supervivencia es incansable y se extiende hasta el Hospital Puerta de Hierro. Allí le están esperando médicos y enfermeras… y no piensan rendirse tampoco…
Me lo contaba el padre de aquel chico, con el coraje que solo la entrega incondicional puede transmitir. Le escuchaba con un nudo en la garganta, nadie quiere ver morir a un hijo.
Han pasado unos días, todavía no hemos podido asimilar aquel “milagro”… Su corazón está bien, ha sido una arritmia maligna. Yo miro el puente gris cada mañana y cuento los dos minutos que se tarda en cruzar. Si la arritmia hubiese llegado solo cinco minutos antes, la historia se habría escrito de forma muy distinta.
El mecanismo de la vida se ha sincronizado a la perfección en esta ocasión. Pero no ha sido una cuestión de suerte… Ellos estaban allí…, el compañero de trabajo, el personal del hospital y el SAMER, que nunca duerme.
Una cadena de supervivencia, que nos define como sociedad. Algo de lo que estar orgullosos.
Ramiro Urioste Ugarte